El arte perdido de convencer: una corta guía para la argumentación jurídica
- Abogado Felipe Acosta
- 15 feb
- 4 Min. de lectura
Derecho General
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Marzo siempre me trae recuerdos especiales. Es el mes de mi cumpleaños y, mientras recordaba los agasajos dedicados a mí por esta emotiva fecha, vino a mi mente un regalo en particular. Un amigo de especialización, quien hoy es mi socio, me obsequió un libro sobre argumentar y persuadir. No era el primer texto que leía sobre el tema; antes ya había explorado dos libros más, uno de ellos escrito por alguien brillante que, además, había sido mi profesor. Sin embargo, la verdad debe ser dicha: ninguno cumplió mis expectativas. Esperaba encontrar un método claro, un paso a paso para estructurar argumentos de manera convincente, pero lo que encontré fueron disertaciones filosóficas abstractas que poco ayudaban a la práctica forense.
Esa frustración me llevó a reflexionar sobre la importancia de la claridad y la efectividad en la argumentación. Me di cuenta de que, si quería evitar los mismos errores que vi en muchos litigantes, debía desarrollar una estructura funcional que asegurara una exposición lógica y persuasiva. Esto cobró aún más sentido aquella noche en vela revisando un expediente. La audiencia estaba programada para la mañana siguiente, y yo, como cualquier abogado comprometido, repasaba mentalmente cada línea de mi intervención. No era la primera vez que enfrentaba a un adversario hábil, pero sí una de las ocasiones en las que, más que el contenido del argumento, me preocupaba la manera en que debía construirlo. Sabía que la ley estaba de mi lado, pero eso no siempre es suficiente: había que persuadir.
Durante años, me dediqué a estudiar la argumentación jurídica, buscando desesperadamente un método preciso, un “paso a paso” para convencer al juez, a la contraparte, o incluso a mí mismo. Encontré textos filosóficos densos, llenos de teoría, pero vacíos de respuestas prácticas. Vi a colegas exponiendo con brillantez, pero con poco impacto en sus audiencias. Observé derrotas construidas desde la confusión y victorias cimentadas en la claridad. Finalmente, entendí: persuadir es un arte, pero también una técnica. Así fue como desarrollé un método claro y efectivo para estructurar una argumentación convincente en cualquier litigio
1. La introducción: La clave de la atención
Lo primero que debemos entender es que la introducción es el cimiento de cualquier discurso o escrito. No debe ser extensa ni llena de rebusques retóricos. Su única misión es exponer, de manera sencilla y directa, de qué trata el caso y cuál es la postura que se sostendrá. Una buena introducción responde tres preguntas fundamentales:
¿Cuál es el problema jurídico a resolver?
¿Cuál es la postura que se va a defender?
¿Por qué es importante atender este caso?
Ejemplo: “El presente caso trata sobre la responsabilidad civil extracontractual derivada de un hurto cometido en un conjunto de propiedad horizontal. Se argumentará que la preexistencia de los bienes sustraídos debe ser demostrada de manera fehaciente para sustentar una reclamación válida.”
2. Desarrollo: Claridad, relevancia, consistencia y suficiencia
El desarrollo es el cuerpo del argumento y debe cumplir cuatro principios:
Claridad: Expresar las ideas sin ambigüedades, evitando tecnicismos innecesarios.
Relevancia: No desviarse del tema ni incluir información superflua.
Consistencia: Mantener un hilo lógico entre lo que se dice y lo que se quiere demostrar.
Suficiencia: Aportar argumentos y pruebas que sean suficientes para convencer.
Ejemplo: En materia de responsabilidad civil extracontractual, la Corte Suprema de Justicia ha establecido que, en casos de hurto dentro de conjuntos de propiedad horizontal, la víctima debe probar la preexistencia de los bienes supuestamente sustraídos. En el fallo SCxxx-xx, se determinó que no basta con alegar la desaparición de los objetos, sino que se requiere documentación, testigos o cualquier otro medio probatorio idóneo para acreditar su existencia previa al ilícito.
3. Justificación: El soporte argumentativo
La justificación debe abordar tres frentes:
Objetividad: Se analiza el problema con imparcialidad, exponiendo posibles interpretaciones sin caer en sesgos.
Fundamentos jurídicos: Se apoya la argumentación con normas y jurisprudencia aplicables.
Persuasión: Se lleva al juez hacia la conclusión favorable mediante el uso de un razonamiento subjetivo, mostrando por qué la postura presentada es la más justa y equitativa.
Ejemplo: “La jurisprudencia ha señalado que, en los casos de hurto en inmuebles dentro de propiedad horizontal, la carga de la prueba recae sobre la víctima, quien debe demostrar que los bienes existían y estaban bajo su posesión antes del hecho. La sentencia SCxxx-xx de la Corte Suprema reafirma que, sin dicha prueba, no se puede generar una obligación de indemnización en el marco de la responsabilidad civil extracontractual.”
4. Conclusión: El golpe final
Una conclusión efectiva debe ser breve y contundente. Es el momento de reafirmar la postura defendida y conectar todos los puntos anteriores. No es necesario repetir lo dicho, sino sintetizar el argumento en una última idea de impacto.
Ejemplo: “Por lo tanto, en casos de responsabilidad civil extracontractual por hurto en conjuntos de propiedad horizontal, es imprescindible acreditar la preexistencia de los bienes sustraídos. Sin esta prueba, cualquier reclamación se desvirtúa, dejando sin fundamento una eventual indemnización.”
Para los abogados, el objetivo no es solo ganar casos, sino construir una argumentación tan sólida que su victoria sea inevitable. Cada palabra cuenta y cada razonamiento debe conducir al juez a una única conclusión: la nuestra.
Reflexión
Argumentar no es repetir la ley ni recitar sentencias. Es construir un camino lógico que lleve a quien nos escucha o nos lee a una única conclusión posible: la nuestra. Convencer es un arte, sí, pero también un método.
Como dice el viejo refrán: “El que no sabe argumentar, siempre termina gritando.”

Escrito y publicado el 15 de Feb del 2025 por:
Abogado Felipe Acosta
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